Islanda - Thingvellir
En el valle de Thingvellir, una parte emergida de esta falla, se abre una fisura de 4 kilómetros de anchura, 26 de longitud y 40 metros de profundidad. Por una extraña broma del destino, este es también el principal sitio histórico de la nación. Aquí, a partir del año 930, cada verano durante dos semanas se reunían los treinta y seis clanes islandeses descendientes de los vikingos de Escandinavia, que un centenar de años atrás habían empezado a colonizar la isla. Durante los ocho siglos sucesivos, los jefes plantaron en Thingvellir sus tiendas, gestionaron las disputas y discutieron sobre la ley.
Por este motivo, en 2004, con ocasión del 60.° aniversario de la independencia de Islandia, la Unesco declaró este sitio como Patrimonio de la Humanidad.
Thingvellir es también la primera de las tres etapas del famoso Anillo de Oro, una extensión del itinerario que comprende Geysir y la cascada de Gullfoss:
un desvío de pocas decenas de kilómetros con respecto a la Ring Road que catapulta al viajero a la parte turísticamente más famosa de todo el país. Aquí, hay mucha más gente que en el resto de todo el viaje. A unos cuarenta kilómetros de distancia de Thingvellir está Geysir (el lugar que ha dado nombre al fenómeno de los géiseres), donde una decena de pozas hirviendo son una de las mayores atracciones de Islandia: el agua subterránea, calentada por las rocas incandescentes debido al magma, supera la temperatura de ebullición llegando hasta 125 °C y, una vez ha alcanzado la presión necesaria para superar la resistencia del agua superficial, explota en un gran chorro que dura apenas unos segundos.
Hoy, el más activo de esta zona es el Strokkur: bastan unos pocos minutos para que, precedido por un insistente ruido, lance hacia el cielo una columna de agua hirviendo y de vapor, que puede llegar a tener la altura de un edificio de seis pisos. Para completar el periplo del Anillo de Oro, a seis kilómetros de Geysir se tiene que visitar Gullfoss que, con sus dos saltos de 11 y 21 metros, es una de las cascadas más fascinantes y encantadora del país y de todo el mundo.
Muy cerca queda ya Reikiavik, la capital más septentrional del mundo, que bien merece una visita. La ciudad se nos presenta más bien curiosa con sus edificios bajos separados por casitas coloreadas. En Reikiavik hay que visitar la catedral, el Parlamento, la casa en la que Reagan y Gorbachov se encontraron en 1986 para discutir sobre el desarme y el Museo de las Sagas con los dioramas que representan las etapas de la colonización del país por parte de los vikingos. Luego, tras un paseo por el centro, retomamos la marcha.
Nuestra próxima meta es la península suroccidental de Reykjanes para visitar la Blue Lagoon, una laguna de agua caliente de color verde-azul (conocida, sobre todo, por tener propiedades curativas para los problemas de la piel), que resalta de forma escenográfica entre las rocas negras volcánicas. La central geotérmica en el fondo recuerda lo importante que es este recurso para los islandeses, que han aprendido a hacer un buen uso del calor almacenado bajo la corteza terrestre transformándolo en energía para la calefacción, la industria y la agricultura. Un chapuzón restaurador y benéfico en las piscinas termales es lo que toca antes de emprender la etapa siguiente, quizá la más difícil: los fiordos del oeste; en concreto, el promontorio que marca el extremo occidental no solo de Islandia sino de toda Europa.
Para llegar a este lugar remoto, subimos por la Ring Road y, luego, nos desviamos por varias decenas de kilómetros por una pista sin asfaltar; para evitar una parte de este trayecto, es posible embarcar la autocaravana en el transbordador que conecta Stykkishólmur con Brjánslækur y, luego, dirigirse a Patreksfjördhur y desviarse por la carretera nacional 612 hasta el faro de Bjargtangar.
Llegamos al acantilado de Látrabjarg, una mastodóntica obra de la naturaleza que alcanza los 400 metros de altura, donde viven miles de aves con la colonia más grande del mundo de alcas tordas y una miríada de frailecillos atlánticos tan confiados que dejan que la gente se les acerque hasta pocos metros de distancia. El espectáculo es simplemente sorprendente.